Guerra de la Independencia
La guerra de la Independencia española fue un conflicto bélico
desarrollado entre 1808 y 1814 dentro del contexto de las Guerras
Napoleónicas, que enfrentó a las potencias aliadas de España, Reino
Unido y Portugal contra el Primer Imperio francés, cuya pretensión era
la de instalar en el trono español al hermano de Napoleón, José
Bonaparte, tras las abdicaciones de Bayona. La guerra de la Independencia, también conocida en español como la
francesada, Guerra Peninsular, Guerra de España, Guerra del Francés,
Guerra de los Seis Años o
«levantamiento y revolución de los españoles», se solapa y
confunde con lo que la historiografía anglosajona llama Peninsular War
(Guerra Peninsular), iniciada en 1.807, al declararle Francia y
España la guerra a Portugal, tradicional aliado del Reino Unido.
Indicé
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También tuvo un importante componente de guerra civil a nivel nacional
entre afrancesados y patriotas. El conflicto se desarrolló en plena
crisis del Antiguo Régimen y sobre un complejo trasfondo de profundos
cambios sociales y políticos impulsados por el surgimiento de la
identidad nacional española y la influencia en el campo de los
«patriotas» de algunos de los ideales nacidos de la Ilustración y la
Revolución francesa, paradójicamente difundidos por la élite de los
afrancesados. Según el Tratado de Fontainebleau de 27 de octubre de 1807, el primer
ministro Manuel Godoy preveía, de cara a una nueva invasión
hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de
las tropas imperiales. Bajo el mando del general Junot, las tropas
francesas entraron en España el 18 de octubre de 1807, cruzando su
territorio a toda marcha en invierno, y llegaron a la frontera con
Portugal el 20 de noviembre. Sin embargo, los planes de Napoleón iban
más allá, y sus tropas fueron tomando posiciones en importantes ciudades
y plazas fuertes con objeto de derrocar a los Borbones y suplantarla por
su propia dinastía, convencido de contar con el apoyo
popular. El resentimiento de la población por las exigencias de manutención y
los desmanes de las tropas extranjeras, que dio lugar a numerosos
incidentes y episodios de violencia, junto con la fuerte inestabilidad
política surgida por la querella entre Carlos IV y su hijo y heredero
Fernando VII, orquestada por los franceses, que se inició con el Proceso
de El Escorial y culminó con el Motín de Aranjuez y el ascenso al poder
de Fernando VII, precipitó los acontecimientos que desembocaron en los
primeros levantamientos en el norte de España y el Dos de Mayo en la
capital del Reino. La difusión de las noticias de la brutal represión,
inmortalizada en las obras de Francisco de Goya, y de las abdicaciones
de Bayona del 5 y 9 de mayo, que extendieron por la geografía española
el llamamiento, iniciado en Móstoles, a enfrentarse con las tropas
imperiales, decidieron la guerra por la vía de la presión popular a
pesar de la actitud contraria de la Junta de Gobierno designada por
Fernando VII.
La guerra se desarrolló en varias fases en las que ambos bandos tomaron
sucesivamente la iniciativa, y se destacó por el surgimiento del fenómeno
guerrillero que, junto con los ejércitos regulares aliados dirigidos por el
duque de Wellington, provocaron el desgaste progresivo de las fuerzas
bonapartistas. La población civil, que padeció los efectos de una guerra
total, en la que tanto franceses como los aliados se cebaron con la
población y objetivos civiles, saqueando y pillando a gran escala y
devastando, por ejemplo, la industria española, considerada una amenaza para
sus respectivos intereses. Los primeros éxitos de las fuerzas españolas en
la primavera y el verano de 1808, con la batalla del Bruch, la resistencia
de Zaragoza y Valencia y, en particular, la sonada victoria de Bailén,
provocaron la evacuación de Portugal y retirada francesa al norte del Ebro,
seguida en el otoño de 1808 por la entrada de la Grande Armée, encabezada
por el propio Napoleón, que culminó el máximo despliegue francés hasta
mediados de 1.812. La retirada de efectivos con destino a la campaña de Rusia
fue aprovechada por los aliados para retomar la iniciativa a partir de su
victoria en los Arapiles (22 de julio de 1.812) y, contrarrestando la
ofensiva francesa, avanzar a lo largo de 1.813 hasta los Pirineos, derrotando
a los franceses en las batallas de Vitoria (21 de junio) y San
Marcial (31 de agosto). El Tratado de Valençay de 11 de
diciembre de 1.813 restauró a Fernando VII y dejaba a España libre de la
presencia extranjera, pero no evitó la invasión del territorio francés,
siendo la batalla de Toulouse (10 de abril de 1.814) el último
enfrentamiento de la guerra. Refiriéndose a la guerra, Napoleón, en su
exilio, declaró: Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias
de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este
nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis
dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita
guerra me ha perdido. En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta de
población de 215.000 a 375.000 habitantes, por causa directa de la violencia
y las hambrunas de 1.812, y que se añadió a la crisis arrastrada desde las
epidemias de enfermedades y la hambruna de 1.808, resultando en un balance de
descenso demográfico de 560.000 a 885.000 personas, que afectó especialmente
a Cataluña, Extremadura y Andalucía. A la alteración social y la destrucción
de infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del
Estado y la pérdida de una parte importante del patrimonio
cultural. A la devastación humana y material se sumó la debilidad internacional del
país, privado de su poderío naval y excluido de los grandes temas tratados
en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. Al otro lado
del Atlántico, las colonias americanas
obtendrían su independencia tras la guerras de independencia hispanoamericanas. En el plano político interno, el conflicto fraguó la identidad nacional española
y abrió las puertas al constitucionalismo, concretado en las primeras constituciones del país, el Estatuto de Bayona
y la Constitución de Cádiz. Sin embargo, también dio inicio a una era de guerras civiles entre los
partidarios del absolutismo
y los del liberalismo, llamadas Guerras Carlistas, que se extenderían a todo el siglo XIX, y que marcarían el devenir del país.
Napoleón cruzando los Alpes (1.801), de Jacques-Louis David, en el Museo
nacional de Château de Malmaison
Alianza hispano-francesa y guerras contra Gran Bretaña
El tratado de San Ildefonso de 1.796, firmado entre la Convención Nacional Francesa y Carlos IV de España, representado por el favorito y primer Ministro Manuel Godoy, así como el tratado de Aranjuez de 1.801
con el Consulado
de Napoleón Bonaparte, restablecieron la alianza tradicional que desde la
proclamación de Felipe V de España
había regido las relaciones entre la corona española y la de Francia, llevándolas durante el siglo XVIII, en la disputa de intereses económicos y coloniales, a una serie de
sucesivos enfrentamientos armados con el Imperio británico. En mayo de 1.801, cuando Napoleón decidió forzar la neutralidad de Portugal que se resistía
a romper como aliado de la corona británica, el ejército español intervino
en Portugal provocando la efímera Guerra de las Naranjasf
que puso de manifiesto la falta de resolución de la corte española, aunque
esta supo aprovechar la ocasión para recuperar la plaza de Olivenza (Badajoz). Supuso el inicio de un conflicto entre ambos países por la soberanía de
esta hasta la actualidad. Desde 1.803, España ayudó económicamente y puso a disposición su Armada
para la guerra naval contra los británicos, que culminaría en octubre de 1.805
en la batalla de Trafalgar. La gravedad de la derrota de Trafalgar no tuvo las mismas repercusiones en
España y Francia. Napoleón, proclamado ya en 1.804
Empereur des Français, hubo de renunciar entonces a la invasión inmediata
por vía marítima de Gran Bretaña, pero pudo equilibrar su posición con los triunfos militares sucesivos en Austerlitz, el 2 de diciembre de 1.805
y de Jena, el 14 de octubre de 1.806, alcanzando acuerdos de paz con austriacos, rusos y prusianos. Sin
embargo, en España, la destrucción de la Armada agravó la crisis económica
al no permitir las comunicaciones con las colonias americanas, en tanto que
aumentaba el recelo hacia la política de alianza.
El Bloqueo Continental
El fracaso de las negociaciones con el gobierno británico del primer
ministro Lord Grenville
indujo a Napoleón a relanzar con el Decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1.806
el enfrentamiento directo con los británicos mediante la práctica de la
guerra económica total del Bloqueo Continental, que ya se venía aplicando de facto tras el aumento de las tasas
aduaneras, el cierre de los puertos del norte de Francia y de las
desembocaduras del Elba
y el Weser
en la primavera de 1.806.
La política del Bloqueo orientó el interés de Napoleón hacia la Península
Ibérica y el Mediterráneo
occidental,
incrementando la presión sobre la corte de Portugal, a la que se le advirtió
para que adoptase medidas para el cierre al comercio con los británicos
desde sus puertos, así como la confiscación de los bienes y bloqueo de los
residentes en el país. Ante la inacción portuguesa, en agosto de 1.807
Napoleón encargó a Jean-Andoche Junot
la organización en Bayona
del Cuerpo de Observación de la Gironda con una fuerza de unos 30.000
soldados, y retomando la fórmula de 1.801
para forzar a aceptar el Bloqueo a los portugueses, reclamó el apoyo de la
corte española que, con este fin, envió a través del conde de Campo Alange
un ultimátum al gobierno portugués el 12 de agosto
de 1.807. A partir del 25 de septiembre
de 1807, los portugueses expulsaron a los navíos ingleses pero,
anteriormente notificados de que el gobierno británico no permitiría ningún
acto hostil contra sus ciudadanos en Portugal, no se realizó ninguna acción
en este sentido. El 18 de octubre de 1.807, Junot atraviesa la frontera y pocos días después, el 27 de octubre, el representante de Godoy firma el tratado de Fontainebleau
en el que se estipula la invasión militar conjunta, la cesión a la corona de
los nuevos reinos de Lusitania y Algarves, así como el reparto de las
colonias.
Desprestigio político de la Monarquía española: sucesos de El Escorial y
Aranjuez
A finales de 1.807, Napoleón decidió que la monarquía de Carlos IV, aliada pero independiente, era ya de muy escasa utilidad y que sería
mucho más conveniente para sus designios la creación de un Estado satélite,
situación a la que se llegaría por un cúmulo de circunstancias que resume el
historiador Jean Aymes:
...la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre
las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la
complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes
franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la
enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos
de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin,
para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios
o las exigencias de una filosofía ad hoc
Aymes, Jean R.: La Guerra de la Independencia, Madrid, Siglo XXI,
1.974.
La presencia de tropas francesas en España en virtud del tratado de
Fontainebleau se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando
(sin ningún respaldo del tratado), diversas localidades
españolas, como lo fueron Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras. El total de soldados franceses acantonados en España ascendía a unos 65.000, que controlaban no sólo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid
y la frontera francesa
Caída y prisión del Príncipe de la Paz
(c. 1.814); grabado de Francisco de Paula Martí
de un dibujo de Zacarías Velázquez
que refleja el día 19 de marzo en la ciudad de Aranjuez.
La presencia de esta tropas terminó por alarmar a Godoy. En marzo de 1.808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró al Palacio Real de Aranjuez
para, en caso de necesidad, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla
y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal. El 17 de marzo de 1.808, tras correr por las calles de Aranjuez el rumor del
viaje de los reyes, la multitud, dirigida por miembros del partido
fernandino, nobles cercanos al príncipe de Asturias, se agolpa frente al Palacio Real
y asalta el palacio de Godoy, quemando todos sus enseres. El día 19, por la
mañana, Godoy es encontrado escondido entre esteras de su palacio y
trasladado hasta el Cuartel de Guardias de Corps, en medio de una lluvia de golpes. Ante esta situación y el temor de un
linchamiento, interviene el príncipe Fernando, verdadero dueño de la
situación, en el que abdica su padre al mediodía de ese mismo día,
convirtiéndolo en Fernando VII. Aprovechando los sucesos derivados del motín de Aranjuez
y el hecho de que tropas francesas al mando de Murat
habían ya ocupado el norte de España
(amparándose en el tratado de Fontainebleau), Napoleón forzó la cesión de la corona española a su hermano, José
Bonaparte, como José I
en las Abdicaciones de Bayona.
La defensa del parque de Monteleón durante el Levantamiento del 2 de mayo
en Madrid. Óleo de Joaquín Sorolla.
Levantamiento contra los franceses, Levantamiento del 2 de mayo
Levantamiento contra los franceses, Levantamiento del 2 de mayo
El levantamiento contra los franceses partió de las clases populares y de
los notables locales. Comenzó como una serie de motines espontáneos, pero su
reiteración y su rápida expansión por todo el país permiten entrever cierto
grado de inducción o, cuando menos, de coordinación. Es probable que el
detonante fuera la presión de las tropas de ocupación sobre la población
civil, la obligación de mantener a un ejército depredador de alimentos y
bienes de consumo básico, máxime cuando el país había atravesado
recientemente por un ciclo de hambrunas y malas cosechas. Ya en abril hubo
revueltas en ciudades como León o Burgos, si bien, tras el levantamiento de Madrid, el 2 de mayo de 1.808, las acciones contra los ocupantes se propagaron por
toda España. La difusión de las noticias sobre la represión ejercida por el ejército
invasor en Madrid
y en otras localidades alentó la insurrección. Asimismo, la sublevación tuvo
cierta continuidad con el Motín de Aranjuez, que derribó a Godoy
en marzo de 1.808: quienes entonces habían combatido la alianza contra Napoleón
se unieron de nuevo contra el ejército del Norte. Un sector mayoritario de
la Iglesia, que consideraba en peligro la religión y la tradición ante la oleada
secularizadora proveniente de Francia, vivió el levantamiento como una cruzada. El bajo clero fue un eficaz
agente movilizador: su agitación y sus proclamas resultaron cruciales para
transformar una serie de revueltas aisladas en una acometida general contra
los franceses, que prendió con fuerza en medios populares.
Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, de Francisco de Goya,
representa la represión del ejército francés el 3 de mayo en Madrid.
Desarrollo de la guerra. Sublevaciones y la declaración de guerra
Las noticias de los hechos de Madrid se extendieron desde la misma tarde
del 2 de mayo por todo el país, provocando las primeras reacciones de
indignación y solidaridad, a la vez que las primeras declaraciones a favor
de un levantamiento armado general en un clima de confusión ante la
fragmentación de los distintos representantes del gobierno y el surgimiento
de órganos de poder locales o Juntas. El llamado Bando de los alcaldes de Móstoles, promulgado por Andrés Torrejón y Simón Hernández, fue la primera iniciativa desde el ámbito local que contribuyó al
desprestigio de la Junta de Gobierno, designada por Fernando VII, ante la
declaración de Murat del 6 de junio en la que justificaba los excesos de la
represión.
Las instrucciones de Fernando VII
al marchar hacia Bayona (Francia),
fueron terminantes: mientras él estuviera fuera del país, las instituciones
españolas debían cooperar con los generales galos. En un primer momento, la
administración en pleno acató la orden: desde el Consejo de Castilla
hasta los corregidores municipales. Pero conforme avanzó el levantamiento, las instituciones, emplazadas
entre los rebeldes y un ejército francés resuelto a combatir con dureza la
sublevación, perdieron el control de la situación y se volvieron
inoperantes. El resultado fue un vacío de poder: con la desorientación producida por el reciente trasvase de coronas, el
Rey ausente y el país en estado de preguerra, el entramado institucional del Antiguo Régimen
se desmoronó y los sublevados ocuparon el espacio que dejó la vieja
administración.
El 19 de mayo, Napoleón aprobó la convocatoria a 150 representantes de los
diferentes estamentos para la asamblea que se ocuparía del Estatuto de Bayona. De la noche el 22 al 23 de mayo, y una vez difundidas las noticias de las abdicaciones de Bayona, la insurrección se inicia en la ciudad de Cartagena
que por entonces era Departamento de Marina y de Artillería, creándose en
ella la primera Junta General de Gobierno. Desde Cartagena se mandan correos
a las ciudades de Valencia, Granada y Murcia, "con el aviso de la resolución que se había formado en
Cartagena, su Departamento de Marina y numerosa guarnición, convidando a
dichas ciudades para el mismo objeto"
avisando de ello en todas las ciudades y pueblos por los que pasaban estos
correos, así como a la escuadra del Departamento de Cartagena que se
encontraba en Mahón
y que se dirigía a Tolon
para unirse a la escuadra francesa, ordenándole que volviera a Cartagena. La
insurrección comienza en los días siguientes en Valencia, Granada, Lorca y Orihuela. En Zaragoza, José de Palafox y Melci
toma el control de la ciudad tras entregar el mando el Capitán General Guillelmi
a su segundo, produciéndose el primero de los Sitios de Zaragoza. Mientras en Murcia, el antiguo Secretario de Estado, Floridablanca
(1.728-1.808) preside la recién constituida Junta local de Murcia.
Estas Juntas se crean en todas las ciudades levantadas, tras crearse la
Junta General de Gobierno de Cartagena.
Contienda de Valdepeñas, en la que el pueblo llano detuvo al ejército
francés. Apréciese la gesta de Juana "La Galana".
Al extenderse la insurrección, en las ciudades y pueblos alzados se fueron
formando juntas locales. Integraban dichas juntas los notables de cada
ciudad o municipio: propietarios, comerciantes, clérigos, abogados y nobles,
muchos con experiencia en las instituciones del Antiguo Régimen. De este modo, las élites locales, gentes de orden y extracción social
conservadora, asumieron el control de una revuelta popular en su origen.
Nacidas para solventar una situación imprevista, las juntas tuvieron un
carácter provisional y por ello limitaron su actividad a organizar la
resistencia, sostener el esfuerzo de guerra, garantizar la intendencia y
preservar el orden público. Sin embargo, su mera existencia entrañaba un
cariz revolucionario, pues, a diferencia de las instituciones del Antiguo Régimen
no eran un poder designado por la Corona, sino constituida desde abajo, y por eso establecieron una nueva lógica:
el ejercicio de la soberanía de facto por instituciones cuya legitimidad no
provenía de la Monarquía. Las juntas locales resultaron eficaces al inicio del levantamiento. No
obstante, para hacer frente al Ejército Imperial
hacía falta algo más que una pléyade de instituciones municipales dispersas.
De ahí que las juntas de los pueblos y ciudades fueran, poco a poco,
coordinando su acción y agrupándose: mediado el verano había dieciocho
juntas provinciales en la mitad sur de la Península, territorio controlado
por los rebeldes. En Sevilla, la Junta local adopta el nombre de Junta Suprema de España e Indias,
impulsora del texto considerado como la declaración de guerra formal emitido
el 6 de junio. Ese mismo día, un ejército compuesto por militares y milicias campesinas
logran impedir la marcha de las columnas imperiales a su paso por el puerto del Bruch, causando la primera derrota relevante del ejército francés. También este
día 6 de junio
fue la contienda de Valdepeñas, en la que la villa de Valdepeñas
fue incendiada, consiguiendo la población, sin ejército alguno, cortar la
comunicación entre Madrid y Andalucía, logrando la evacuación francesa de La Mancha
y el retraso francés en la batalla de Bailén. El 25 de septiembre de 1.808 las juntas provinciales dieron un paso más y se
unieron en una Junta Suprema Central, presidida por el conde de Floridablanca, antiguo Secretario de Estado con Carlos IV, quien ejerció las funciones de gobierno entre septiembre de 1.808 y enero
de 1.810.
Repliegue del ejército imperial (junio-noviembre 1.808). Tras las campañas del verano de 1.808: el primero de los Sitios de Zaragoza
(15 de junio
de 1.808
hasta el
15 de agosto
de 1.808) y la batalla de Bailén
(19 de julio), con la entrada en Madrid de Castaños
y González Llamas el 5 de septiembre se puso de manifiesto la dificultad
entre los diferentes niveles del poder español para constituir una autoridad
única tanto política como militar con la que consolidar los progresos
realizados hasta entonces, que habían llevado al repliegue francés hacia el
norte del valle del Ebro, y afrontar el contraataque general napoleónico,
una vez dispuesta la llamada Grande Armée.
La Rendición de Bailén, que supuso la primera derrota de Napoleón en tierra.
A las rivalidades entre los altos mandos militares, que emprendían acciones
sin coordinación, se sumaba la de la divergencia política sobre la reforma
del sistema del Antiguo Régimen y el surgimiento de reclamaciones
particulares en cada territorio, al amparo del clima de federalismo de facto
favorecido desde las diferentes juntas provinciales. A pesar de ello, un
acuerdo general permitió constituir el 25 de septiembre de 1.808 en Aranjuez
la denominada Junta Suprema Gubernativa, presidida por Floridablanca
y con un poder limitado, y la Junta Militar, presidida por los generales
Castaños, Castelar, Morla, González Llamas, Marqués de Palacio y Bueno, cuya
acción resultó ineficaz como demostrarían la sucesión de acontecimientos
posteriores. Pocas semanas antes de la entrada de la Grande Armée, las
fuerzas españolas lograron tomar el control de Logroño (10 de septiembre), y desplegar posiciones en torno a Tudela, a donde llegó Castaños el 17 de octubre, y Burgos, hacia donde se había dirigido desde Madrid el ejército de Extremadura con
el general Bellvedere al frente el 29 de octubre.
Réplica del escudo honorífico, otorgado a los defensores de Zaragoza
durante el sitio de los franceses.
Mientras tanto la situación en el País Vasco
iba tensándose. Bilbao, la única capital de provincia que no había sido ocupada por los invasores
se sublevó en la noche del 5 al 6 de agosto y proclamó como rey de España a
Fernando VII. Los municipios vizcaínos comenzaron a movilizar sus milicias.
Los líderes rebeldes lanzaron una proclama al resto de España alardeando de
patriotismo español frente a los invasores, pero el 16 de agosto las tropas
napoleónicas dirigidas por el general Christophe-Antoine Merlín reconquistó la ciudad tras vencer una obstinada resistencia. Bilbao fue
saqueada y también lo fueron Begoña y Deusto, que entonces no eran barrios
de Bilbao sino municipios aparte. Las fuerzas españolas del ejército de
Galicia o de «la izquierda», mandadas por el teniente general de origen
irlandés Joaquín Blake, expulsaron a los franceses de Bilbao el 19 de septiembre. El mariscal Ney
conquistó otra vez Bilbao y volvió a saquearla. Tras diversas ofensivas y
contraofensivas, el mariscal Lefebvre
derrotó a Joaquín Blake
en la batalla de Zornotza
y recuperó definitivamente Bilbao el 2 de noviembre. En menos de tres meses
Bilbao cambio seis veces de manos y sufrió una revolución, una gran batalla
y dos saqueos. Napoleón
llegó a Bayona el 2 de noviembre. No le gustaron las operaciones de sus
mariscales en torno a Bilbao porque su plan maestro era dejarse envolver por
los flancos y a continuación, cuando los españoles creyesen tenerlo
atrapado, romper por el centro con fuerzas abrumadoras. Una vez hecho esto,
podía caer sobre cada ala española y aplastarlas antes de ir derecho a por
Madrid. Se enfadó más cuando supo que sus fuerzas habían sufrido una pequeña
derrota táctica en Valmaseda
el 5 de noviembre, pero pronto iban a cambiar las tornas. Algunos
historiadores agrupan estas dos primeras fases en una sola.
Asalto de las tropas francesas al Monasterio de Santa Engracia en el
segundo de los
Sitios de Zaragoza el 8 de febrero de 1.809 pintado por Lejeune.
Intervención de la Grande Armée: dominación y resistencia (diciembre 1808-abril 1812 )
Intervención de la Grande Armée: dominación y resistencia (diciembre 1808-abril 1812 )
Sin embargo, Napoleón interviene directamente al mando de un ejército
de 250 000 hombres, la Grande Armée. Se trata de un ejército veterano,
acostumbrado a los movimientos rápidos y a vivir sobre el terreno, que
arrolla rápidamente la resistencia española y a los ejércitos británicos
desembarcados en la península, mandados por el general John Moore.
Después de la entrada del emperador en Madrid, tras la batalla de
Espinosa de los Monteros y la batalla de Somosierra (30 de noviembre de
1.808) y las tremendas derrotas de Uclés (13 de enero de 1.809), el
segundo de los Sitios de Zaragoza (del 21 de diciembre de 1808 hasta el
21 de febrero de 1.809) y Ocaña (noviembre de 1.809), la Junta Central a
cargo del gobierno de la España no ocupada— abandona la Meseta para
refugiarse, primero en Sevilla, y luego en Cádiz, que resiste un largo y
brutal asedio. Desde ahí, la Junta Central asiste inerme a la
capitulación de Andalucía. Napoleón se disponía a partir en persecución del cuerpo expedicionario
británico de Moore, cuando tuvo que salir hacia Francia con urgencia
porque el Imperio austríaco le había declarado la guerra (6 de enero de
1.809). Dejó la misión de rematar la guerra en el noroeste en manos del
mariscal Soult, que ocupó Galicia tras la batalla de Elviña y luego giró
al sur para atacar Portugal desde el norte, dejando el cuerpo del
mariscal Ney en su retaguardia con la misión de colaborar en la
ocupación de Asturias. Sin embargo, la resistencia popular, apoyada por
los suministros de armas de la flota británica, hizo imposible la
pacificación de Galicia, que tuvo que ser evacuada tras la derrota de
Ney en la batalla de Puentesampayo (junio de 1.809). La sublevación
popular, dirigida por el capitán Cachamuíña en Vigo, supuso que ésta
fuera la primera plaza reconquistada a los franceses en Europa (28 de
marzo de 1.809). Galicia y Valencia permanecieron libres de tropas
francesas, aunque Valencia terminó capitulando en enero de 1.812.
El
Primer Imperio francés
en azul oscuro, y sus estados satélites (1.811).
De Arapiles a San Marcial: retirada y derrota (1.812-1.814)
Tras la salida de Napoleón de España en enero de 1809, los españoles
lanzaron una serie de violentos contraataques, buscando a toda costa la
batalla decisiva, un nuevo Bailén. Se consiguieron algunas pequeñas
victorias en batallas campales pero las derrotas fueron mucho más numerosas
hasta la catástrofe definitiva en la batalla de Ocaña. Tras este desastre absoluto, Andalucía cayó sin apenas resistencia pero
justo entonces, en febrero de 1810, Napoleón
anunció oficialmente la creación de una serie de gobiernos militares en
Cataluña, Aragón, Navarra y el País Vasco, dirigidos por militares
subordinados directamente a París, sin pasar por el gobierno «español» de José Bonaparte. A esto habría que añadir la anexión formal, por decreto del 26 de enero
de 1.812, de Cataluña
al imperio francés, con su división en cuatro departamentos (Ter, Segre,
Montserrat y Bocas del Ebro) y la incorporación de los municipios aragoneses
de Fraga y Mequinenza, mientras el Valle de Arán
era adscrito al departamento del Alto Garona. Las guerrillas, que eran ya muy numerosas en todas las provincias ocupadas,
aumentaron de número y durante los siguientes dos años tuvo lugar una lucha
brutal y desesperada. Hubo que esperar al verano de 1.812 para que los
aliados anglo-hispano-portugueses pudieran lanzar una gran ofensiva y
derrotar a los franceses en la batalla de los Arapiles, obligando a José Bonaparte a huir temporalmente de Madrid. Los franceses
evacuaron definitivamente Andalucía tras una serie de frustrados intentos
como el del "sitio de Tarifa", localidad gaditana que durante las navidades
de 1.811 resistió un asedio en el cual las tropas del general Francisco
Copons y Navía aliadas con las tropas británicas comandadas por el coronel
John Skerret derrotaron a las muy superiores en número tropas del general
Leval. Así pues la opción de tomar la plaza dada su importancia estratégica
fue un fracaso total. Wellington
llegó hasta Burgos pero se atascó asediando el castillo y las fuerzas
napoleónicas reagrupadas pudieron contraatacar y empujarle de nuevo hasta
Portugal. Mientras tanto, la campaña de Rusia absorbía el grueso de los
recursos franceses. Por lo tanto, durante 1.813 el ejército francés fue
retirándose y perdiendo territorio. Los franceses abandonaron casi todas sus
plazas, y tras la batalla de Vitoria
el 21 de junio de 1.813, fueron expulsados de España. En octubre de 1.813 los
aliados cruzaron los Pirineos. La guerra prosiguió en Francia, donde finalmente, Napoleón pidió la paz.
Las tropas aliadas habían entrado hasta Burdeos, y posiblemente, de no haber sido frenadas, hubieran entrado en París
antes que los austríacos, prusianos y rusos. Fernando VII pudo finalmente
regresar a España el 22 de marzo
de 1.814.
Hay que resaltar que Cataluña continuó formalmente perteneciendo al
imperio francés hasta el 28 de mayo
de 1.814, con la retirada ordenada de todas sus tropas al mando del general Pierre Joseph Habert.
Por aquel entonces incluso Napoleón ya había abdicado (Tratado de Fontainebleau, 14 de abril
de 1.814).
Juan Martín Díez, el Empecinado, retratado por Francisco de Goya (c. 1.814-15. Óleo sobre
lienzo, 84 x 65 cm. Colección privada).
Aspectos de la guerra. El fenómeno de la guerra de «guerrillas» o la
petite guerra
Sin un ejército digno de ese nombre con el que combatir a los franceses,
los españoles de las zonas ocupadas utilizan como método de lucha la guerra de guerrillas, como único modo de desgastar y estorbar el esfuerzo de guerra francés. Se
trata de lo que hoy se denomina guerra asimétrica, en la cual grupos de poca
gente, conocedores del terreno que pisan, hostigan con rápidos golpes de
mano a las tropas enemigas, para disolverse inmediatamente y desaparecer en
los montes.
Grabado militar de la época representando a Francisco Chaleco
como Brigadier.
Como consecuencia de estas tácticas, el dominio francés no pasa de las
ciudades, quedando el campo bajo el control de las partidas guerrilleras de
líderes como Francisco Chaleco, Vicente Moreno Baptista, Espoz y Mina, Jerónimo Merino, Julián Sánchez, el Charro, Gaspar de Jáuregui o Juan Martín el Empecinado. El propio Napoleón reconoce esta inestabilidad cuando, en contra de los
deseos de su hermano, teórico rey de España, pone bajo gobierno militar
(francés) los territorios desde la margen izquierda del Ebro, en una suerte
de nueva Marca hispánica.
La guerra en España tendrá importantes repercusiones en el esfuerzo de
guerra de Napoleón. Un aparente paseo militar se había transformado en un
atolladero que absorbía unos contingentes elevados, preciosos para su
campaña contra Rusia. La situación era, en cualquier caso, tan inestable que
cualquier retirada de tropas podía conducir al desastre, como efectivamente
ocurrió en julio de 1812. En esta fecha, Wellington, al frente de un ejército anglo portugués y operando desde Portugal,
derrota a los franceses primero en la batalla de Ciudad Rodrigo
y luego en los Arapiles, expulsándoles del Oeste y amenazando Madrid: José Bonaparte se retira a
Valencia. Si bien los franceses contraatacan y el rey puede entrar de nuevo
en Madrid en noviembre, una nueva retirada de tropas por parte de Napoleón
tras su catastrófica campaña de Rusia a comienzos de 1.813
permite a las tropas aliadas expulsar ya definitivamente a José Bonaparte de
Madrid y derrotar a los franceses en Vitoria y San Marcial. Al mismo tiempo Napoleón se apresta a defender su frontera hasta poder
negociar con Fernando VII una salida. A cambio de su neutralidad en lo que
quedaba de guerra, aquél recupera su corona (comienzos de 1.814) y pacta la paz con Francia, permitiendo así al emperador proteger su
flanco sur. Ni los deseos de los españoles, verdaderos protagonistas de la
liberación, ni los intereses de los afrancesados que habían seguido al
exilio al rey José, son tenidos en cuenta.
Consecuencias
La firma del tratado de Valençay
por el que se restituía en el trono a Fernando VII, el Deseado, como monarca
absoluto, fue el comienzo de un tiempo de desilusiones para todos aquellos
que, como los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz, habían creído que la lucha contra los franceses era el comienzo de la
Revolución española y también el inicio de la guerra de independencia hispanoamericana.
Por otra parte las consecuencias materiales de la guerra fueron desastrosas
para España. A la gran cantidad de muertos y la destrucción de pueblos y
ciudades se unieron la rapiña de muchos franceses y también de los ingleses,
cuya deslealtad puede verse ejemplificada en el bombardeo, ordenado por
Wellington, de la industria textil de Béjar que era competidora de la
inglesa
o en la destrucción de la Real Fábrica de Porcelana del Buen Retiro en Madrid
cuando ya los franceses habían evacuado la ciudad. Fue una guerra larga y destructora: Francia
perdió unos 200.000 hombres y España
entre 300.000 y 500.000. Además, la guerra resultó muy costosa. Los
ejércitos contendientes y las guerrillas se aprovisionaron sobre el terreno
mediante requisas. La devastación y los robos diezmaron la producción
agraria, mientras que los campesinos no se animaron a cultivar por la
incertidumbre. Las cosechas de 1.811 y 1.812 fueron malas y escasas. La falta
de subsistencia extendió el hambre y provocó una intensa crisis de mortandad
en 1.812. No solo cayó la producción agrícola, hubo industrias que casi
desparecieron como la textil lanera de Castilla, ya que los rebaños de ovejas merinas
sirvieron para alimentar a las tropas. El transporte de mercancías se
paralizó, pues los bueyes, mulos, caballos y otros animales de tiro fueron
incautados por los militares. Por último, la guerra generó un fuerte déficit
en las finanzas públicas: en 1.815 la deuda estatal superaba los 12.000
millones de reales, cifra veinte veces superior a los ingresos anuales
ordinarios.
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