lunes, 24 de octubre de 2016

La Séptima Cruzada.


Séptima Cruzada 
La Séptima Cruzada fue liderada por Luis IX de Francia entre el año 1.248 y 1.254. En el año 1.248 el Rey Luis IX de Francia dejó su reino al cuidado de su madre, Blanca de Castilla y marchó a Oriente al frente de la Séptima Cruzada, acompañado de sus hermanos, el Conde Roberto I de Artois y el Conde Carlos de Anjou, así como del Duque Hugo IV de Borgoña. Aprovechando la ausencia del Rey Francés, Simón de Montfort se nombró Gobernador de Aquitania y marchó al Continente para poner orden y consolidar la autoridad Inglesa sobre el Ducado.
En el año 1.244, los musulmanes Corasmios aliados al Sultán ayubí de Egipto al-Salih Ayyub corrieron Siria y Palestina, conquistaron y saquearon Jerusalén tras la tregua de diez años que siguió a la Sexta Cruzada. Ese mismo año, al-Salih y sus aliados corasmios vencieron a los cristianos del Reino de Jerusalén, coligados con su rival el emir ayubi de Damasco, en la Batalla de Gaza. El 27 de Noviembre de ese mismo año, el Obispo de Beirut zarpó rumbo a Europa para solicitar socorros para sostener el reino. Este hecho no causó el gran impacto que en ocasiones anteriores, debido a que Occidente ya había visto como Jerusalén cambiaba de manos en diversas ocasiones. La llamada a la cruzada, por tanto, no fue inmediata ni generalizada. Los Monarcas Europeos estaban ocupados en sus asuntos internos. El Rey de Francia, Luis IX " San Luis ", declaró su intención de tomar la cruz en diciembre de 1.244. Luis IX asistió al concilio ecumenico latino de Lyon, que además de poner y excomulgar al Emperador Federico, convocó una cruzada, cuyo mando se entregó a Luis IX. Luis IX se había comprometido a emprender la cruzada en diciembre del año anterior cuando se hallaba gravemente enfermo de malaria, a cambio de recuperar la salud. 

El plan de los cruzados, fundamentalmente franceses, era conquistar Egipto o al menos el delta del Nilo, bien para asentarse en él o como moneda de cambio para recuperar Jerusalén y los territorios palestinos perdidos por las últimas derrotas. Los preparativos de Luis IX, fueron largos, tardó tres años en estar listo para empezar la campaña. Tuvo que recaudar impuestos especiales para sufragar la, de los que no exime al clero, con gran disgusto de este, organizar el gobierno del reino durante su ausencia, lo delegó en su madre, que ya había servido habitualmente de gerente durante su minoría de edad, asegurar que el rey de Inglaterra mantuviese la paz durante su ausencia en Tierra Santa y que Federico, con quien las relaciones eran algo tensas, para obtener el permiso del rey de Jerusalén, su hijo coronado, para penetrar en su reino. Hubo además de tratar con Génova y Marsella para obtener los barcos necesarios para la travesía a Levante, el pacto con estas empeoró las relaciones con Venecia, que veía con malos ojos una empresa que podía perjudicar el lucrativo comercio que mantenía con Egipto.
Travesía a Levante

Por fin Luis IX, partió de París el 12 de agosto de 1.248 y el 25 del mismo mes zarpó de Aigues-Mortes. En aquella época, Francia era posiblemente el Estado más fuerte de Europa, y tras tres años recolectando fondos, un poderoso ejército, estimado en unos veinte mil hombres bien armados, partió de los Puertos de Marsella y Aigues-Mortes en 1.248. Al rey lo acompañaban la reina, dos de sus hermanos, dos primos y otros destacados miembros de la Nobleza Francesa. Los cruzados fueron en primer lugar a Chipre, a donde arribaron el 17 de septiembre, atacando en Limassol. Allí acudieron los grandes maestres del Temple y del Hospital, así como diversos Barones de Siria, todos decidieron la hospitalidad del Rey de Chipre. Los cruzados pasaron el invierno en la isla, negociando con los mongoles una alianza contra los ayubíes, que no llegó a cuajar. La regente mongola tomó los presentes de los cruzados, no como incentivos para concertar una alianza, sino como el tributo de un vasallo, y ordenó que se le pagarán anualmente. Así, los esfuerzos diplomáticos de Luis IX resultaron estériles. Los jefes cristianos decidieron que su objetivo sería Egipto por considerar que era la provincia más rica y vulnerable de los territorios ayubíes, si conquistaban Damieta, quiza podrian intercambiarla por Jerusalén, como el Sultán ya había propuesto durante la Quinta Cruzada. Luis IX deseaba atacar de inmediato, pero los magnates de la región lo disuadieron, alegando las peligrosas tormentas del invierno en la región y la dificultad de navegar con mal tiempo en la zona del delta, plagada de bajíos. Los Señores locales deseaban además que Luis IX interviniera en las disputas regionales, que enfrentaban a distintos miembros de la familia ayubi y en la que los jefes cristianos participaban, pero no lo lograron. Luis IX y sus huestes no pudieron pasar a tierra firme hasta finales de mayo, cuando cesaron los combates entre Pisanos, Genoveses y Venecianos y el rey obtuvo los barcos necesarios para la travesía hasta Egipto. La larga e imprevista estancia en la isla tuvo graves consecuencias militares, la hospitalidad chipriota relajó la disciplina y los dilatado de ella acabó casi completamente con los abastos que se habían preparado para sostener al ejército en Egipto. A comienzos de mayo, en Limassol se habían reunido ciento veinte grandes naves de transporte, amén de otras de menor porte, aunque cuando la flota zarpó a finales de mes, una tormenta la desbarató, e hizo que a Luis IX solo lo acompañase un cuarto de las tropas. El resto fue uniéndose paulatinamente a este grupo en la costa Egipcia.
Conquista de Damieta

Al igual que en la Quinta Cruzada, el ataque se centraría en primer lugar en la ciudad de Damieta, que ofreció poca resistencia a los Europeos. Los cruzados arribaron en las costas egipcias el 5 de junio de 1.249, y conquistaron Damieta al día siguiente, mal defendida por su guarnición Kurda y Árabe. El primer choque, acaecido en las playas, había sido por el contrario encarnizado y se había decantado en favor de los cruzados por la disciplina de las tropas francesas, que encabezaba el Rey, y la valentía de los caballeros de Levante. El jefe del ejército ayubi, el anciano visir Fajr ad-Din, había evacuado la ciudad ante el pánico de la población y el desánimo de la guarnición. Como se le había ordenado, los cruzados no tuvieron problema en ocupar Damieta. En abril, el sultán egipcio, al-Salih Ayyub, regresó apresuradamente de Siria y acampó con su ejército en El Mansura, ante la noticia de la próxima llegada de los cruzados. Para entonces, al-Salih estaba gravemente enfermo de tuberculosis, aunque no dejó por ello de organizar la defensa. Las inundaciones del Nilo volvieron a intervenir en contra de los occidentales, obligándolos a permanecer en la ciudad hasta el 20 de noviembre. En septiembre y octubre, el Nilo alcanzó su nivel más alto, lo que habría complicado el avance cruzado si se hubiese intentado. Mientras, Luis transformó la ciudad conquistada, convirtiendo la Mezquita en Catedral, asignando calles y mercados a las repúblicas marítimas italianas, y lidio con el designio de la tropa debido a la falta de acción, el clima y las enfermedades que les aquejan. El rey rechazó además la propuesta del Sultán agonizante de intercambiar Damieta por Jerusalén. Los egipcios, por su parte, aumentaron el acoso a los cruzados, organizando ataques a los soldados que se alejaban del campamento. Sin embargo, cuando el enemigo por fin partió de Damieta hacia el Cairo, sufrieron de inmediato un serio revés, el 22 de noviembre falleció el Sultán. El heredero se encontraba lejos, en al-Yazira, y una junta tomó el poder mientras aquel llegaba a la región. Mientras, la junta decidió ocultar la muerte del Sultán. El 24 de octubre, cuando el descenso de las aguas del Nilo iba a permitir por fin el avance de los cruzados, llegó Alfonso de Poitou, hermano del rey, con refuerzos venidos de Francia. El Duque Pedro de Bretaña, apoyado por los Barones de Levante, propuso conquistar Alejandría para adueñarse del litoral mediterráneo de Egipto y obligar a pactar al Sultán, pero Roberto de Artois se opuso con vehemencia a este plan y el rey finalmente optó por respaldar a su hermano.
Avance hacia el Cairo, Derrota y Cautiverio

El veinte de noviembre, Luis IX marchó hacia el Cairo, dejando una gran guarnición para proteger Damieta. Como las aguas del Nilo tardaron en descender y el terreno se hallaba cuajado de canales y acequias, el avance fue lento. Los beduinos acosaban además a las huestes del rey francés. La caballería egipcia hostigaba a las fuerzas del rey Luis IX, pero no pudo detenerlas, el dia 7 de diciembre se libró una batalla favorable a los cruzados cerca de Fariskur y el dia 14 estos llegaron a Baramun. El grueso de las fuerzas egipcias se mantuvo en todo momento al sur del principal canal de la zona, el Bahr as-Saghir, que une el gran río con el lago Manzala. El 21 de diciembre, los cruzados apenas habían recorrido un tercio de la distancia que separa Damieta de el Cairo y habían llegado ante la ciudad de El Mansura, aunque se encontraban separados de ella por el canal de Ashmun. El ejército egipcio, que acampaba en torno a la ciudad fortificada, vigilaba los vados. Los francos rechazaron un intento egipcio de atacarlos por la retaguardia, no consiguieron construir un dique para cruzar el canal por el continuo hostigamiento del enemigo, que empleaba fuego griego. La noche del 7 de febrero de 1.250, un grupo cruzado acaudillado por el hermano del rey francés, Roberto I de Artois, logró cruzar el canal por uno de los vados peor defendidos por los egipcios, cerca de Salamun. El Duque de Borgoña quedó guardando el campamento mientras el Rey partía a cruzar el canal. La vanguardia de esta columna, compuesta por los soldados de Roberto I, los templarios y el contingente inglés que participaba en la empresa, la mandaba su hermano Roberto I, que tenía órdenes de no acometer al enemigo sin permiso del rey. Temiendo ser descubierto y pese a las amonestaciones de los templarios, que le recordaron las órdenes que tenía Roberto I decidió asaltar de inmediato el desprevenido campamento enemigo. Los cruzados cayeron por sorpresa sobre las tropas egipcias y mataron al jefe del ejército, Fajr al-Din ibn al Shaij y, sin esperar la llegada de refuerzos, se abalanzaron hacia El Mansura. Hasta entonces la suerte había favorecido al conde, que siguió desoyendo los consejos en favor de la prudencia de los jefes templarios e ingleses. Los cruzados consiguieron entrar con facilidad en la ciudad pero, una vez dentro, los mamelucos Bahri improvisaron una defensa en las callejuelas, gran parte de los cruzados, incluido el hermano del soberano francés, fallecieron en estos combates. De los doscientos noventa caballeros templarios que acompañaban a Roberto I, solo sobrevivieron cinco a la refriega en las calles de El Mansura. Mientras, el grueso del ejército cruzado alcanzó también la orilla sur del Nilo, se encontró en una situación delicada, incapaz de tomar El Mansura, sufría problemas de suministro por el hostigamiento que las naves egipcias infligieron a sus comunicaciones con la retaguardia cruzada en Damieta. Luis IX Logró repeler los asaltos egipcios en una encarnizada batalla y construir un puente de pontones para facilitar el cruce del canal de sus últimas fuerzas, pero no tomar la ciudad. Para entonces el ejército egipcio se había repuesto totalmente de la sorpresa, y se enfrentó con las huestes de Luis IX, en una batalla de resultado incierto el 11 de febrero. Fue uno de los combates más reñidos de la época en la región, y Luis IX tuvo dificultades para rechazar los embates egipcios, que contaban con nuevas fuerzas llegadas del sur.
A finales de febrero, el nuevo Sultán, Turan Shah, llegó a Egipto y se hizo con el poder, aunque para entonces la victoria se atribuía a los mamelucos Bahri. Turan Shah ordenó la construcción de una flotilla para interceptar los suministros que desde Damieta reciben los cruzados acampados frente a El Mansura. La maniobra dio crecidos frutos. Los egipcios capturaron ochenta embarcaciones enemigas, treinta y dos de ellas tan solo el 16 de marzo. No obstante, Luis IX esperaba en vano que se desatase una crisis por el fallecimiento del viejo sultán y mantuvo el asedio ocho semanas. El 5 de abril, el monarca francés decidió ordenar la retirada a Damieta. Sus fuerzas habían quedado diezmadas por el hambre, la disentería y el tifus. Tardíamente, el rey se decidió a aceptar la oferta del fallecido al-Salih que antes había rechazado, pero para entonces los egipcios, noticiosos de la debilidad enemiga, se negaron a ello. Las huestes cruzadas, desbaratadas, no alcanzaron su destino y tuvieron que rendirse a los egipcios, el 6 de abril. El rey estaba enfermo y no pudo impedir que uno de sus sargentos diese la orden de capitular, casi al mismo tiempo que el enemigo se apoderaba de la flotilla que transportaba a los heridos aguas abajo- Luis IX y el grueso de sus tropas quedaron cautivos. El rey cayço enfermó de disentería. De inmediato, los dos bandos emprendieron las negociaciones para que los cruzados obtuvieron la libertad a cambio de que entregasen Damieta y pagasen un oneroso rescate. Aunque los egipcios tuvieron considerables miramientos con los cautivos que podían aportarles jugosos rescates, no tuvieron inconveniente en decapitar a aquellos más pobres. Dada su abundancia y por orden del sultán, durante una semana se decapitó a trescientos prisioneros, para reducir su número. El prestigio del emperador Federico hizo que los egipcios cediesen en su pretensión inicial de obtener todos los territorios cruzados de Levante, pues estos dependen de su hijo Conrado. Pero Luis IX, tuvo que acceder a pagar un millón de besantes y devolver Damieta el 30 de abril para recuperar la libertad. En parte el acuerdo se consumó por la habilidad de la esforzada esposa de Luis IX quien, aunque se hallaba convaleciente de parto, tuvo que convencer a los representantes italianos de no abandonar Damieta, que por si sola no podía conservar, para poderla emplear como moneda de cambio con los egipcios. El dos de mayo, los mamelucos Bahri asesinaron al sultán y parte del ejército egipcio exige que se pasase a los cautivos cruzados por las armas. Sin embargo, finalmente se acordó que se los liberase a cambio de un rescate de un millón de dinares y de la entrega de Damieta. El rescate original se redujo luego a cuatrocientas mil libras tornesas y Damieta se entregó a unidades el día 6. El día 7 del mes de mayo, Luis IX, y el resto de sus tropas abandonaron Egipto, dirigiéndose a Acre, capital del Reino de Jerusalén. Tras seis días de travesía con tiempo desapacible, arribaron a la ciudad. Los heridos que quedaron en Damieta y a que los egipcios habían prometido respetar, fueron pasados por las armas.
Final y Regreso a Francia

Llegado a Acre, consultó con los señores que lo acompañaban sobre la conveniencia de seguir en Tierra Santa o retornar a Francia, desde donde su madre lo reclamaba y llegaban noticias inquietantes de actividad de los ingleses. Finalmente, decidió permanecer en el Levante, donde había perdido gran parte de sus fuerzas militares en la desastrosa campaña egipcia. La mayoría de los nobles que habían venido a la cruzada, incluidos los hermanos del rey, volvieron a Europa a mediados de julio. Con el monarca francés sólo permanecieron unos mil cuatrocientos soldados. Ante la ausencia del rey Conrado, la muerte de la regente Alicia y la inclinación a ceder el poder a Luis IX, del nuevo regente, Juan de Arsuf, hermano del rey de Chipre, el soberano francés se hizo con el gobierno del territorio. La debilidad militar de Luis IX, se unió a la amarga experiencia egipcia y a la rivalidad entre los mamelucos egipcios y los ayubíes sirios para imponer una actitud más moderada y tendente a la diplomacia que a la intervención militar en los asuntos de la región. An-Nasir Yusuf, bisnieto Saladino y señor Homs y Alepo, se apoderó de Damasco el 9 de julio y trato en vano de aliarse con el rey francés. Como el fracaso de la invasión siria de Egipto en el invierno de 1.250 - 1.251, llevó a que el sultán damasceno tratase nuevamente de concertarse con Luis IX, este empleo estos contactos para obtener mejores condiciones de los mamelucos egipcios, a quienes les preocupaban. El soberano francés consiguió que los egipcios liberasen a todos los cautivos, más de tres mil, y prometieron entregarle los territorios hasta el Jordán a cambio de trescientos prisioneros musulmanes y la alianza contra los ayubíes de Damasco. Los últimos cautivos quedaron en libertad en marzo de 1.252. La liga entre francos y mamelucos, sin embargo, no tuvo consecuencias. Los damascenos enviaron fuerzas a Gaza para impedir la unión de los coligados y los egipcios no hicieron intento alguno de marchar al norte para unirse a Luis IX. Este, que había reparado las defensas de Cesarea, Haifa y Acre, remozo también la de Jafa, donde apostó un contingente en espera de la llegada de los egipcios desde el sur. Finalmente la paz entre los egipcios y los sirios, obtenida por mediación del califa abasí de Bagdad y firmada en abril de 1.253, puso fin a la inútil alianza franco-mameluca. En su retirada desde Gaza a Damasco, el ejército sirio saqueó la campiña del reino jerosolimitano y la ciudad de Sidón, cuyas defensas se estaban reconstruyendo. Luis IX, contraataco infructuosamente en territorio sirio. Al mismo tiempo, el rey francés se dedicó a tratar de resolver las numerosas rencillas que debilitaban los señoríos de Levante y a poner orden en su gobierno. Entregó el gobierno del Principado de Antioquia a Bohemundo VI de Antioquia, del que apartó a su madre Lucía de Segni a cambio de ciertos pagos. Al Llano asimismo la reconciliación entre la corte de Antioquia y el Reino de Cilicia. Los armenios de este colaboraron desde entonces en la protección de Antioquia. Mientras, se desvanecía toda esperanza de recibir refuerzos desde Europa. El rey de Inglaterra había prometido en el año 1.250, emprender una nueva cruzada, pero trataba de retrasarla todo lo posible. Los nobles franceses criticaban al papa, enfrascado en su conflicto con el emperador alemán, pero no enviaban ayuda a Luis IX. La reina regente aplasto un movimiento popular surgido por la noticia de la derrota de Luis IX, en Egipto y que se había vuelto peligroso por los desórdenes que causó. Privado de apoyo Europeo, Luis IX, estrechó lazos con los asesinos sirios. Al mismo tiempo y paradójicamente ya que eran los principales enemigos de estos, trató de establecer una alianza con los mongoles, a los que envió dos embajadores dominicos. La grave situación en Francia, agudizada tras la muerte de la regente Blanca de Castilla, obligó a Luis IX, a retornar a su reino. Enrique III de Inglaterra mantenía una actitud hostil y olvidaba sus promesas de cruzada, el condado de Flandes se hallaba sumido en una guerra civil y los vasallos del rey cada día estaban más levantiscos. El 24 de abril de 1.254, zarpó de Acre, y tras diversas peripecias, alcanzó Francia en julio. Aunque reforzo las defensas del reino, las perdidas militares de la cruzada acaudillada por Luis IX, lo debilitaron. Poco despues de su marcha, estallo una guerra civil debida principalmente a la rivalidad entre las Republicas Italianas en la que se vieron envueltos los señores levantinos. Con el entorno del rey a sus tierras, la cruzada concluyo en un fracaso para los Europeos, sin embargo el prestigio de Luis IX aunmento. Mas tarde protagonizaria un nuevo intento de retomar Tierra Santa, Octava Cruzada, que acabaria tambien en fracaso.

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