1. El Primer Franquismo
El primer franquismo (1.939-1.959), fue la primera gran etapa de la
historia de la Dictadura del general Franco comprendida entre el final de la
Guerra Civil Española y el abandono de la política económica autárquica con
la aplicación del Plan de Estabilización de 1.959, que dio paso al
franquismo desarrollista o segundo franquismo que duró hasta la muerte del
Generalísimo. Se suele dividir en tres subetapas: la primera de 1.939 a
1.945 que se corresponde con la Segunda Guerra Mundial y durante la cual el
régimen franquista experimentó un proceso de fascistización ya iniciado
durante la guerra civil para asemejarse a la Alemania nazi y, sobre todo, a
la Italia fascista y que se vio abortado por la derrota de las potencias del
Eje; la segunda subetapa, de 1.945 a 1.950, constituyó el período más
crítico de la historia de la dictadura franquista a causa del aislamiento
internacional al que fue sometido y a la ofensiva de la oposición, pero los
cambios cosméticos que introdujo y sobre todo el estallido de la guerra fría
acabó reintegrándolo al bloque occidental anticomunista; la tercera etapa,
de 1951 a 1.959, ha sido llamada también el decenio bisagra1 por constituir
una época intermedia entre estancamiento de los autárquicos años 1.940 y la
desarrollista de los años 1.960, y que también ha sido caracterizada como la
época del esplendor del nacional-catolicismo.
2. El franquismo de 1.939 a 1.945
El proceso de fascistización, es decir, de adopción del ideario fascista y
de sus formas específicas de organización política y social, siguiendo sobre
todo el modelo de la Italia fascista, comenzó en plena guerra civil. Un
primer paso fue la decisión del Generalísimo Franco de unificar las fuerzas
políticas derechistas que habían apoyado la sublevación antirrepublicana,
bajo Mi Jefatura, en una sola entidad política de carácter nacional, que de
momento se denominará Falange Española Tradicionalista y de las
JONS.
Indicé |
En el Decreto de Unificación de abril de 1.937, se afirmaba que se
constituía el Gran Partido del Estado, como en otros países de régimen
totalitario, en referencia a la Italia fascista y a la Alemania nazi, para
que sirviera de enlace entre la Sociedad y el Estado y para que divulgara
en aquélla, las virtudes político-morales de servicio, jerarquía y
hermandad. Así, los símbolos del nuevo partido único fueron los del
fascismo falangista, saludo con el brazo en alto y la mano extendida, el
emblema del Yugo y las flechas, el canto del Cara al Sol, el uniforme de
camisa azul, aunque con la boina roja carlista y también sus principios
doctrinales, los 26 puntos programáticos de Falange, excluyendo, el 27, ya
que decía, Nos afanaremos los falangistas por triunfar en la lucha con
sólo las fuerzas sujetas a nuestra disciplina. Pactaremos poco. Sólo en el
empuje final por la conquista del Estado gestionará el mando las
colaboraciones necesarias, siempre que esté asegurado nuestro predominio,
y ninguna de esas circunstancias eran las que se daban en
1.937. Asimismo, entre los dirigentes del nuevo partido único predominaron los
falangistas sobre los carlistas. En julio de 1.937, el Caudillo reconocía
en una entrevista que la España nacionalista seguirá la estructura de los
regímenes totalitarios, como Italia y Alemania, y así lo confirmó la
constitución en octubre de 1.937 del Consejo Nacional de Falange remedo
del Gran Consejo Fascista de Italia, cuyos 50 miembros fueron nombrados
por el Generalísimo. El 30 de enero de 1.938, el mismo día que formó su primer gobierno, el
Generalísimo promulgó la Ley de Administración Central del Estado que
sancionó el sistema totalitario de partido único que se estaba
construyendo en la zona sublevada y le confirió a él mismo un poder
prácticamente absoluto al establecer uno de sus artículos que le
correspondía la suprema potestad de dictar normas jurídicas de interés
general. Esta ley, junto con la que promulgó en agosto de 1.939,
constituyó el fundamento jurídico de la su larga dictadura. Otro paso decisivo en el proceso de fascistización fue la aprobación el 6
de marzo de 1.938, del Fuero del Trabajo, la primera ley fundamental del
franquismo, y en el cual era evidente la influencia de la Carta del Laboro
del fascismo italiano, promulgada por Mussolini en 1.927. En el Fuero del
Trabajo, que dio nacimiento oficial al nacionalsindicalismo, se incluía
una declaración de principios resueltamente fascista. Renovando la Tradición Católica, de justicia social y alto sentido humano
que informó nuestra legislación del Imperio, el Estado, Nacional en cuanto
es instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y
Sindicalista en cuanto representa una acción contra el capitalismo liberal
y el materialismo marxista, emprende la tarea de canalizar con aire
militar, constructivo y gravemente religioso la Revolución que España
tiene pendiente y que ha de devolver a los españoles, de una vez y para
siempre, la Patria, el Pan y la Justicia.
3. Alineamiento con el Eje y aceleración de la fascistización
(1.939-1.942)
Tras el final de la guerra civil se acentuaron los vínculos con los
regímenes fascistas y se aceleró el proceso de fascistización. El 7 de
abril de 1.939, sólo una semana después de la emisión del último parte de
la Guerra Civil Española el general Franco anunciaba la adhesión al Pacto
Antikomintern que habían suscrito Alemania, Italia y Japón y poco después
el abandono de la Sociedad de Naciones. El general Franco se instaló en el palacio de El Pardo con toda la pompa
y ceremonial dignos de la realeza incluyendo a la exótica Guardia Mora, y
desde allí el 8 de agosto promulgó la Ley de Reorganización de la
Administración Central del Estado, que reafirmaba sus poderes
extraordinarios como Caudillo invicto y providencial le correspondía la
suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general y
detentaba de modo permanente las funciones de gobierno. Al día siguiente
nombraba su segundo gobierno, de nuevo integrado por personalidades de
todas las familias políticas de la coalición derechista vencedora en la
guerra civil pero con la influencia determinante de los fascistas de
Falange, ya que el hombre fuerte del gobierno era el cuñadísimo Ramón
Serrano Suñer, que acababa de ser nombrado por Franco Jefe de la Junta
Política de FET y de las JONS y además ocupaba la cartera de la
Gobernación, el Ministerio clave, ya que desde él controlaba toda la
prensa y el aparato de propaganda. Cuando se inició la II Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1.939, el
general Franco se vio obligado a proclamar la más estricta neutralidad de
España debido a las precarias condiciones económicas por las que
atravesaba el país tras una guerra civil que hacía sólo cinco meses que
había terminado. Pero las victorias alemanas sobre Holanda, Bélgica y
Francia en junio de 1.940, y la entrada en la guerra de Italia del lado de
Alemania el día 10, dieron un vuelco a la situación. Y así el 13 de junio
de 1.940, cuando los alemanes estaban a punto de entrar en París, el
general Franco abandonaba la estricta neutralidad y se declaraba no
beligerante, que era el estatuto que había adoptado Italia antes de entrar
en la guerra. Al día siguiente las tropas españolas ocupaban Tánger,
ciudad internacional que quedó incorporada de hecho al Protectorado
español de Marruecos. El 23 de octubre de 1.940, Franco y Hitler mantuvieron una entrevista en
Hendaya para intentar resolver los desacuerdos sobre las condiciones
españolas para su entrada en la guerra del lado de las potencias del Eje.
Sin embargo, después de siete horas de reunión Hitler siguió considerando
desorbitadas las exigencias españolas, la devolución de Gibraltar tras la
derrota de Gran Bretaña, la cesión del Marruecos francés y de una parte de
la Argelia francesa a España más el Camerún francés que se uniría a la
colonia española de Guinea Ecuatorial, el envío de suministros alemanes de
alimentos, petróleo y armas para paliar la crítica situación económica y
militar que padecía España. Así el único resultado de la entrevista fue la
firma de un protocolo secreto en el que Franco se comprometía a entrar en
la guerra en una fecha que él mismo determinaría y en el que Hitler
garantizaba sólo vagamente que España recibiría territorios en África.
Otro resultado fue que, cuando Hitler inició la invasión de la Unión
Soviética el 22 de junio de 1.941, el general Franco decidió enviar un
contingente de soldados y oficiales voluntarios, unos 47.000 hombres, que
seria conocido con el nombre de División Azul, por el color del uniforme
falangista. Al compás de los éxitos militares del Eje el régimen franquista aceleró
su proceso de fascistización, bajo la inspiración y la dirección de
Serrano Suñer, que acumuló también el Ministerio de Asuntos Exteriores, el
aparato de propaganda del régimen se puso en manos del partido único,
interviniendo en la gestión de los medios de la Iglesia, y creando una
extensa red de prensa y radio estatal y falangista, se puso en marcha el
encuadramiento y la movilización social a través de tres organizaciones
sectoriales del partido, el Frente de Juventudes, el Sindicato Español
Universitario SEU y la Sección Femenina, cuya finalidad era formar a la
mujer con sentido cristiano y nacionalsindicalista, se creó un extenso
entramado nacionalsindicalista, llamado Organización Sindical Española
OSE, en el que estaban obligados a afiliarse todos los productores
empresarios y trabajadores, bajo los principios de verticalidad, unidad,
totalidad y jerarquía y que estaba dominada por la burocracia falangista
en palabras de uno de sus dirigentes falangistas, los sindicatos
verticales no son instrumentos de lucha clasista. Ellos, por el contrario,
sitúan como la primera de sus aspiraciones, no la supresión de las clases,
que siempre han de existir, pero sí su armonización y la cooperación bajo
el signo del interés general de la Patria. El 17 de julio de 1.942, el general Franco promulgaba su segunda ley
fundamental, la Ley Constitutiva de las Cortes, como órgano superior de
participación del pueblo español en las tareas del Estado y ámbito para el
contraste de pareceres, dentro de la unidad del régimen, pero que no
tenían ninguna capacidad legislativa, sino meramente consultiva.17 Sin
embargo, la reunión de las Cortes no se haría efectiva hasta febrero del
año siguiente, cuando se comenzó a confirmar el cambio en el signo de la
guerra mundial, tras la derrota nazi en la batalla de Stalingrado.
4. Paralización de la fascistización y vuelta a la neutralidad
(1.942-1.945)
El proceso de fascistización provocó serios temores entre los otros dos
pilares del franquismo, la Iglesia católica y el Ejército. Las tensiones con
el partido único acabarían estallando en agosto de 1.942, con el atentado de
Begoña que provocó una grave crisis política que el general Franco resolvió
destituyendo al cuñadísimo Serrano Suñer. El 16 de agosto un grupo de
falangistas lanzó dos granadas contra el gentío que salía de una misa
presidida por el general José Enrique Varela, ministro del Ejército, en la
basílica de la Virgen de Begoña en Bilbao en honor a los combatientes
carlistas caídos durante la guerra civil. Los altos mandos militares
encabezados por el propio Varela, secundado por el general Valentín Galarza,
ministro de la Gobernación, consideraron el atentado como un ataque al
Ejército por parte de la Falange y exigieron la destitución de Serrano Suñer
uno de los autores del atentado fue sometido a un consejo de guerra y
ejecutado. El general Franco satisfizo esa demanda el 3 de septiembre y cesó
a Serrano que fue sustituido por el general monárquico Francisco
Gómez-Jordana que volvía a hacerse cargo del Ministerio de Asuntos
Exteriores, pero quiso dejar constancia de quién tenía el poder, y destituyó
al mismo tiempo a los dos generales, Varela y Galarza, que habían encabezado
la petición, sustituyéndolos por dos militares fieles a su jefatura.
En noviembre de 1.942, tropas británicas y norteamericanas desembarcaban
en el norte de África para desalojar de allí al Afrika Korps de Rommel y a
las tropas italianas. Para Franco era el fin de sus sueños imperiales y un
posible riesgo de invasión por parte de los aliados dado su alineamiento
con Alemania e Italia. A pesar de ello el 7 de diciembre, primer
aniversario del ataque japonés a Pearl Harbor, aún pronunció un discurso
de corte fascista. Estamos asistiendo al final de una era y al comienzo de
otra. Sucumbe el mundo liberal, víctima del cáncer de sus propios errores,
y con él se derrumba el imperialismo comercial, los capitalismos
financieros y sus millones de parados. Se realizará el destino de nuestra
era, o por la fórmula bárbara de un totalitarismo bolchevique, o por la
patriótica y espiritual que España ofrece, o por cualquiera otra de los
pueblos fascistas. Se engañan, por lo tanto, quienes sueñan con el
establecimiento en el occidente de Europa de sistemas
demoliberales. Pero fue no fue hasta después de la caída de Mussolini en julio de 1.943,
tras el desembarco aliado en Sicilia, cuando el general Franco volvió a la
estricta neutralidad en contra de sus propios deseos, tal como se lo había
confesado al embajador italiano en abril de 1.943, en vísperas de la
invasión anglo-norteamericana. Mi corazón está con ustedes y deseo la
victoria del Eje. Es algo que va en interés mío y en el de mi país, pero
ustedes no pueden olvidar las dificultades con que he de enfrentarme tanto
en la esfera internacional como en la política interna. El abandono de la
no beligerancia fue decretado por Franco el 1 de octubre de 1.943, séptimo
aniversario del nombramiento por sus compañeros de sublevación como
Generalísimo, y al mes siguiente ordenaba la retirada del frente ruso de
la División Azul y la paralización del proceso de fascistización. En
noviembre de 1.944, en una entrevista concedida a la agencia
norteamericana United Press, Franco llegó a afirmar que su régimen había
mantenido una neutralidad absoluta durante la guerra, y que no tenía nada
que ver con el fascismo, ya que era una democracia orgánica. Al mismo
tiempo daba instrucciones al Ministro de Justicia para que preparara un
borrador de una posible ley de derechos. Juan de Borbón, heredero legítimo del rey Alfonso XIII, que reclamó a
Franco la restauración de la Monarquía cuando cambió el signo de la
Segunda Guerra Mundial en favor de los aliados.
El cambio en el signo de la guerra propició la más grave crisis que vivió
el poder dictatorial del Generalísimo Franco, ya que constituyó el momento
de toda su larga existencia en que estuvo más cerca de perder el poder. Todo
empezó en marzo de 1.943, cuando don Juan de Borbón, tercer hijo y heredero
legítimo del rey Alfonso XIII, fallecido en Roma el 28 de febrero de 1.941 y
que vivía exiliado en Lausana Suiza, envió una carta al general Franco en el
que le pedía que preparara el tránsito rápido a la Restauración de la
Monarquía antes de la previsible victoria aliada, alertándole de los riesgos
gravísimos a que expone a España el actual régimen provisional y aleatorio.
Franco tardó dos meses en responder y cuando lo hizo negó que su régimen
fuera provisional. Pero la caída de Mussolini en julio de 1.943, y la
capitulación de Italia ante los aliados, dio un nuevo impulso a la causa
monárquica. El 8 de septiembre de 1.943, el general Franco recibía una carta
firmada por ocho de los doce tenientes generales en la que le pedían que
considerase la restauración de la monarquía, será la única vez en 39 años
que la mayoría de los generales le pedían a Franco que renunciara. Pero
Franco no hizo la más mínima concesión y se limitó a esperar y a situar en
los puestos claves a militares fieles a su persona.
En enero de 1.944, una nueva petición de don Juan a favor de la urgente
transición del régimen falangista a la restauración monárquica, fue
respondida muy duramente por Franco, recordándole al pretendiente que ni el
régimen derrocó a la monarquía ni estaba obligado a su restablecimiento y
que la legitimidad de sus poderes excepcionales provenía de haber alcanzado,
con el favor divino repetidamente prodigado, la victoria y salvado a la
sociedad del caos, y añadía unas promesas muy vagas de vuelta hacia la
monarquía.
5. La política económica, autarquía y racionamiento
Hoy en día la mayoría de los historiadores están de acuerdo en atribuir la
larga duración y la profundidad de la crisis económica de posguerra, el
nivel de renta de 1.935, no se recuperó hasta bien entrados los años 1.950,
a la catastrófica política económica autárquica e intervencionista que
siguió el régimen franquista durante los años 40 y qué sólo comenzó a
rectificar en parte en los años 50. Como ha señalado Javier Tusell,
autarquía e intervencionismo eran dos tendencias persistentes de la economía
española desde comienzos de siglo, pero ahora alcanzaron un desarrollo y una
magnitud desconocidas hasta el momento.
Esta política se basaba en tres principios que fueron tomados de la
Dictadura de Primo de Rivera y de los planteamientos económicos de los
fascismos europeos, sobre todo del italiano. El primero era la
subordinación de la economía a una meta superior, política: convertir a
España en una gran potencia militar e imperial. Para ello el Estado se
haría cargo de la tarea de ordenar y regular la actividad económica
porque, según los economistas franquistas en la economía de mercado los
intereses particulares de empresarios y trabajadores, enfrentados en una
lucha de clases prevalecen sobre el interés supremo de la nación. El
resultado fue una pésima asignación de los recursos productivos, al
sustituirse el mercado por una prolija legislación reguladora y por la
creación de multitud de organismos interventores como la Comisaría General
de Abastecimientos y Transportes o el Servicio Nacional del Trigo. La
prueba del mal funcionamiento del sistema fue que inmediatamente surgió,
al margen del mercado regulado y de las cartillas de racionamiento, un
mercado negro, conocido como estraperlo, hacia el que se canalizaban los
productos ya que a allí alcanzaban unos mayores precios. El segundo principio fue la potenciación de los sectores más ligados al
poderío militar, relegando a un segundo plano la industria de bienes de
consumo y la agricultura, ya que el objetivo de la política económica no
era mejorar los niveles de bienestar de la población sino convertir a
España en una gran potencia, y a ese objetivo había que sacrificar todo lo
demás, incluso la eficiencia, lo que pudiera costar. El instrumento
fundamental de esta política fue el INI, Instituto Nacional de Industria,
que dio pruebas sobradas de desconocer los principios más elementales de
la economía. El tercer principio fue la autarquía. Un país con vocación de imperio no
podía depender de otros países y, menos de otras potencias rivales, por lo
que debía tener como meta final lograr ser autosuficiente. El propio
general Franco era, de nuevo, el principal valedor de esta idea, pues
según declaró en 1.938, estaba convencido de que España es un país
privilegiado que puede bastarse a sí mismo. Tenemos todo lo que hace falta
para vivir y nuestra producción es los suficientemente abundante para
asegurar nuestra propia subsistencia. No tenemos necesidad de importar
nada. Así, la política autárquica se basaría en un proteccionismo a
ultranza y en una limitación de las importaciones que quedarían bajo el
férreo control del Estado. Además esa política autárquica fue acompañada
de una política cambiaría basada en una peseta fuerte.
Los resultados de la aplicación de la política autárquica e
intervencionista al servicio de un Estado imperial militar fue una
profunda depresión económica que duró más de una década. Se produjo una
fuerte caída de la producción agraria que provocó una gravísima hambruna y
únicamente cuando la escasez llegó a ser dramática en la segunda mitad de
la década de los 40, el general Franco, autorizó la importación de
productos alimentarios, por lo que sólo gracias al trigo argentino y
norteamericano, España se salvó de una total catástrofe
alimentaria. Empeoraron las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros, de los
campesinos pobres, de los obreros de las industrias y de los trabajadores
de los servicios, con un marcado descenso de los salarios reales. Se
interrumpió el proceso de industrialización que España venía
experimentando desde la segunda década del siglo XX, y no se consiguió
recuperar los niveles industriales de 1.935, hasta quince años después de
terminada la guerra, en 1.955. Se disparó la inflación, debido a los
cuantiosos déficits presupuestarios financiados con emisiones de deuda
pignorable que era tomada por la banca privada, que la podía transformar
inmediatamente en efectivo monetizar en el Banco de España. El historiador de la economía Carlos Barciela al hacer balance de los
años de la autarquía franquista ha señalado que el nivel de la renta
nacional y de la renta per cápita de 1.935, no se recuperó hasta entrados
los años cincuenta y que el consumo de la población, incluido el de
productos de primera necesidad se hundió de forma dramática, y el hambre
se cebó en millones de españoles aunque esta mala situación económica no
afectó a todos los españoles por igual ya que mientras que los salarios
reales de los trabajadores experimentaron un descenso notable y
generalizado los beneficios de los grandes propietarios agrarios, de las
empresas y de la banca se incrementaron. La guerra se prolongó, también,
en el ámbito laboral, añade. Barciela concluye que la evolución de la
economía española en los años cuarenta fue catastrófica. La evolución de la economía española en los años cuarenta fue
catastrófica. No hay posible comparación entre la crisis posbélica en los
países europeos y la que sufrió España. En nuestro país, la crisis fue más
larga y más profunda. El hundimiento de la producción y la escasez se
tradujeron en una caída dramática del nivel del consumo de los españoles.
Los productos de primera necesidad quedaron sometidos a un riguroso
racionamiento y pronto surgió un amplio mercado negro, las cartillas de
racionamiento para productos básicos no desaparecieran hasta 1.952. El
subconsumo, el hambre, la escasez de carbón, el frío en los hogares, los
cortes de luz, la carencia de agua corriente y las enfermedades fueron los
rasgos que dominaron la vida cotidiana. Lejos quedaban las altisonantes
proclamas imperiales y los eslóganes franquistas: Ni un español sin pan,
ni un hogar sin lumbre. A ello hay que unir unas condiciones laborales
penosas... Suprimida la libertad sindical y declarado delito de lesa
patria la huelga, el nuevo nacionalsindicalismo nació como un instrumento
para el sometimiento de los trabajadores. Por el contrario los empresarios
mantuvieron cierta autonomía y, de hecho, fueron los patronos los que
tomaron el control del aparato sindical y no al revés.
6. El franquismo de 1.945 a 1.950. El rechazo internacional y la ofensiva
de la oposición (1.945-1.946)
El 10 de marzo de 1.945, el presidente norteamericano Roosevelt informó a
su embajador en Madrid que no hay lugar en las Naciones Unidas para un
gobierno fundado en los principios fascistas. Por eso, el régimen
franquista quedó excluido de la conferencia de San Francisco que daría
nacimiento a la ONU, y a la que sí fueron invitados como observadores
republicanos en el exilio. En la Conferencia de Postdam que reunió a las tres potencias vencedoras
en la ll Guerra Mundial. Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética
se trató la cuestión española y el 2 de agosto se hizo pública una
declaración que decía. Los tres gobiernos, sin embargo, se sienten obligados a declarar que, por
su parte, no apoyarán ninguna solicitud de ingreso en la ONU del presente
Gobierno español, el cual, habiendo sido establecido con el apoyo de las
potencias del eje, no posee, en razón de sus orígenes, su naturaleza, su
historial y su asociación estrecha con los países agresores, las
cualidades necesarias para justificar ese ingreso. Las declaraciones de los aliados despertaron enormes expectativas entre
la oposición republicana, que en 1.943, tras el cambio del signo de la
guerra mundial había fundado en el exilio la Junta Española de Liberación
JEL, presidida por Diego Martínez Barrio, que actuó ante los aliados como
si fuera un gobierno provisional, mientras que en el interior de España
los contactos clandestinos entre socialistas, anarquistas y republicanos
dieron nacimiento en octubre de 1.944, a la Alianza Nacional de Fuerzas
Democráticas, de la que no formaron parte ni los comunistas ni los
socialistas negristas que también habían sido excluidos de la JEL, y que
se mostró dispuesta a pactar con las fuerzas monárquicas el
restablecimiento de la democracia sin poner como condición la restauración
de la República. Asimismo, desde 1.944, se había recrudecido la actividad
guerrillera anarquista, socialista y comunista el maquis, cuyo hecho más
destacado fue la Operación Reconquista de España de octubre de 1.944,
organizada por la Unión Nacional Española fundada por el PCE, que
consistía en la invasión de España por el valle de Arán por un contingente
de unos 3.000 guerrilleros comunistas, pero que constituyó un sonoro
fracaso al ser derrotados por el Ejército y la Guardia civil, y no recibir
ningún apoyo por parte de la población. Los guerrilleros, que se vieron
obligados a volver a Francia a los diez días de haber comenzado la
operación, tuvieron 129 muertos y 588 heridos.
Para hacer frente a la actividad guerrillera el régimen estableció
controles sobre los movimientos de la población y en abril de 1.947, el
general Franco promulgó la Ley de Bandidaje y Terrorismo en cuyo preámbulo
se decía que pretendía utilizar especiales medidas de represión para
combatir las más graves especies delictivas de toda situación de
posguerra, secuela de la relajación de los vínculos morales y de la
exaltación de los impulsos de crueldad y acometividad de gentes criminales
e inadaptadas. En el articulado se establecían los supuestos en los que se
aplicaría la pena de muerte a los malhechores o bandidos, que no sólo
incluía el haber matado a alguien, sino también esgrimir un arma de guerra
o detener viajeros en despoblado. Tanto los guerrilleros como las unidades
del Ejército y de la Guardia Civil que los combatían recurrieron a las
represalias, alcanzando con frecuencia a una población civil aterrorizada.
Un guerrillero capturado tenía pocas posibilidades de seguir con vida pero
tampoco las tenía un alcalde de pueblo, o un franquista notorio prisionero
en una incursión guerrillera. Mientras arreciaba la actividad del maquis, se celebró en agosto de
1.945, una sesión especial de las Cortes republicanas en México en la que
se eligió a Diego Martínez Barrio como presidente de la Segunda República
Española en el exilio y se nombró un gobierno presidido por José Giral,
del que quedaron excluidos los negristas y los comunistas. Sin embargo, el
gobierno republicano no fue reconocido por ninguna de las potencias
vencedoras ni por la ONU sólo lo fue por los países del Este de Europa
bajo la órbita soviética y por México, Venezuela, Panamá y Guatemala, por
lo que José Giral acabaría presentando su dimisión en febrero de 1.947,
dos meses después de que en la declaración de condena del franquismo por
la ONU de diciembre de 1.946, no se hiciera ninguna mención al gobierno
republicano en el exilio. Otra de las razones de su dimisión fue que Giral
se oponía a las conversaciones que estaba manteniendo el socialista
Indalecio Prieto con José María Gil Robles en representación de los
monárquicos. Por este último motivo la oposición republicana se dividió entre los
partidarios de aliarse con los monárquicos y aceptar un referéndum sobre
la forma de Estado, y los que siguieron defendiendo la legitimidad
republicana. Otro motivo de enfrentamiento fue la estrategia a seguir: si
continuar con la lucha guerrillera como fase previa a la insurrección
popular como estaban practicando la CNT, el PSOE y el PCE o por el
contrario, dar prioridad a la lucha diplomática para forzar una acción
internacional de las grandes potencias y la ONU como defendían los
nacionalistas vascos y catalanes, y los partidos republicanos. Paralelamente los monárquicos recrudecieron su ofensiva. El 19 de marzo
de 1.945, cuando la derrota de Hitler estaba muy cercana, don Juan de
Borbón rompía totalmente con el franquismo al hacer público el Manifiesto
de Lausana en el que declaraba que el régimen implantado por el general
Franco, inspirado desde el principio en los sistemas totalitarios de las
Potencias del Eje, era incompatible con la victoria aliada y compromete
también el porvenir de la Nación . Por eso mismo pedía Franco que dejara
paso a una Monarquía tradicional cuyas tareas primordiales habrían de ser,
aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política,
reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana y
garantía de las libertades políticas correspondientes, establecimiento de
una Asamblea Legislativa elegida por la Nación, reconocimiento de la
diversidad regional, amplia amnistía política, una más justa distribución
de la riqueza y la supresión de injustos contrastes sociales. Sin embargo,
la ruptura no fue total pues en agosto Eugenio Vegas Latapié en
representación de don Juan viajó de incógnito a Madrid donde se entrevistó
con Luis Carrero Blanco, el hombre de confianza del Caudillo, aunque no
llegaron a ningún acuerdo. Pero don Juan no contaba con una oposición monárquica organizada y unida
dentro de España y el Ejército apoyó firmemente a Franco como también lo
hicieron los monárquicos colaboracionistas. A pesar de todo, la oposición
monárquica se recrudeció cuando en febrero de 1.946, don Juan trasladó su
residencia oficial desde Lausana a Estoril cerca de Lisboa y recibió una
carta de bienvenida firmada por 458 miembros de la elite española,
incluidos dos exministros, lo que causó una honda preocupación en Franco
es una declaración de guerra, dijo que acabó rompiendo sus relaciones con
don Juan. Por otro lado, el pequeño sector del carlismo encabezado por el
conde de Rodezno reconoció a don Juan como su soberano.
7. La metamorfosis del régimen
La respuesta del franquismo al aislamiento internacional y al
recrudecimiento de la oposición monárquica, fue la paralización definitiva
del proceso de fascistización, y la introducción de ciertos cambios que lo
hicieran más presentable exteriormente, pero sin reducir un ápice el poder
omnímodo y vitalicio del Generalísimo. Ya a principios de 1.944, el
secretario general del partido único había ordenado a los delegados
provinciales que dejaran de utilizar la expresión el Partido o Falange
Española Tradicionalista y de las JONS y en su lugar se refirieran al mismo
con la expresión Movimiento Nacional. Un año después, en septiembre, dejó de
ser oficial el uso del saludo nacional brazo en alto, aunque los miembros y
partidarios del régimen lo siguieron utilizando profusamente. Al mismo
tiempo fueron despareciendo de la vida pública los uniformes del partido
camisa azul, boina roja y correajes; con chaqueta blanca y gorra de plato
los jerarcas del régimen.
En cuanto al marco legislativo el régimen franquista a partir de 1.945,
dio un giro abandonando el totalitarismo fascista y adoptando los
principios de lo que llamó democracia orgánica, destinados a dar la
impresión de que contaba con mecanismos constitucionales equiparables a
los de una democracia parlamentaria y que el sistema podía liberalizarse
sin traumas dentro de sus propios cauces institucionales. Un primer paso en esta metamorfosis del régimen fue la promulgación el 17
de julio de 1.945, del Fuero de los Españoles, tercera de las leyes
fundamentales, que pretendía ser una carta de derechos y libertades
inspiraba en la doctrina católica sobre la dignidad, la integridad y la
libertad de la persona humana. Pero las restricciones que imponía el
artículo 33, por ejemplo, especificaba que ninguno de los derechos podía
aprovecharse para atacar la unidad espiritual, nacional y social de España
y la falta de garantías en su ejercicio la convirtieron en una mera
manifestación retórica, que únicamente contentó a la jerarquía
eclesiástica al ratificar la confesionalidad católica del Estado español.
En abstracto, su inicial declaración de principios no difería mucho de lo
que sería aceptable en un sistema democrático. Pero buena parte del
articulado se destinaba a legalizar los mecanismos de control sobre el
conjunto de la población, regulando de forma restrictiva los derechos
cívicos de asociación, reunión y expresión y concediendo al Jefe del
Estado total libertad para suspender las garantías del propio Fuero cuando
estimase que el orden público o la soberanía nacional estaban en
peligro. Un segundo paso fue nombrar un nuevo gobierno, el 18 de julio, cinco días
después de la promulgación del Fuero de los Españoles, en el que daba
entrada al político católico Alberto Martin Artajo, antiguo diputado de la
CEDA, que se iba a encargar del Ministerio de Asuntos Exteriores, el más
trascendental en aquellos momentos, y que iba estar acompañado de otros
dos ministros de esa misma tendencia. Al mismo tiempo se producía la
relativa postergación falangista, desapareciendo la cartera de ministro
secretario general de Falange. El objetivo era, pues, reforzar el
catolicismo del Régimen y ofrecer una nueva imagen al mundo. A continuación el gobierno eliminó buena parte de los símbolos
falangistas, como el saludo fascista con el brazo en alto que en abril de
1.937, había sido declarado saludo nacional, y a la hora de referirse al
partido único ya no se utilizó el término oficial Falange Española
Tradicionalista y de las JONS sino que se prefirió utilizar el nombre de
Movimiento Nacional o simplemente el Movimiento, aunque Franco no quiso
prescindir de él completamente, al considerar importante conservar alguna
forma de organización política oficial. En su lugar se dio prioridad a la base católica del franquismo lo que dio
nacimiento a lo que se llamó más tarde nacionalcatolicismo, la
restauración del poder de la Iglesia y su identificación con el régimen
franquista. Aunque la vuelta a muchos aspectos de la vida religiosa ya se
había producido durante la guerra civil y la inmediata posguerra, fue
sobre todo a partir de 1.945, cuando los ritos religiosos se introdujeron
en todos los aspectos de la vida, tanto pública como privada. Como ha
señalado Santos Juliá, a partir de entonces todos los espacios públicos y
privados resplandecían de símbolos religiosos, la enseñanza de la religión
en sus variantes de historia sagrada, dogma y moral católica se convirtió
en tarea obligada de las escuelas, los sacerdotes se constituyeron en
guardianes de la moral pública, procesiones, misas de campaña, misiones
populares campañas públicas masivas de evangelización entre la población,
llenaban de cantos y músicas religiosas las calles de ciudades y pueblos.
Se produjo pues, una sacralización de la vida española que afectó a casi
todos los asuntos públicos y a las instituciones. Fue la restauración de
la España católica tradicional. Por último, el 22 de octubre de 1.945 Franco promulgó la Ley del
Referéndum Nacional, cuarta de las leyes fundamentales que permitía al
Jefe del Estado someter a consulta de los españoles, hombres y mujeres
mayores de 21 años, aquellos proyectos de ley que considerase oportunos
cuando la trascendencia de determinadas leyes lo aconseje o el interés
público lo demande. El Generalísimo era el único que podía apreciar esta
circunstancia y el único que podía convocarlos. Así, como ocurre en los
Estados no democráticos que recurren a los plebiscitos, los dos únicos
referéndums que se celebraron, en 1.947 y en 1.966, fueron un mero
instrumento propagandístico al servicio de la legitimación del régimen. A
esta ley le siguió en marzo de 1.946, la modificación de la Ley de Cortes,
que aumentaba el número de procuradores electivos aplicando el principio
corporativo de los tres tercios el sindical, el municipal y el familiar,
pero la elección de la representación del tercio familiar por los varones
mayores de edad y las mujeres casadas tardó más de veinte años en llevarse
a la práctica. Además de los cambios cosméticos del régimen, Franco optó por la
resistencia a ultranza que se basaba en la creencia de que la alianza
entre Estados Unidos y Gran Bretaña con la Unión Soviética pronto se
rompería, dada la incompatibilidad de los proyectos políticos y
socio-económicos que ambas partes propugnaban, y que al final las
potencias occidentales acabarían aceptándole ante el peligro comunista.
Eso fue lo que le aconsejó su hombre de confianza, Luis Carrero Blanco en
un informe confidencial entregado a finales de agosto de 1.945, tras la
condena del franquismo por la Conferencia de Postdam. Las presiones de los anglosajones por un cambio en la política española
que rompa el normal desarrollo del régimen actual, serán tanto menores
tanto cuanto más palpable sea nuestro orden, nuestra unidad y nuestra
impasibilidad ante indicaciones, amenazas e impertinencias. La única
fórmula para nosotros no puede ser más que: orden, unidad y
aguantar.
Así, Franco, siguiendo la consigna de Carrero de orden, unidad y aguantar, mandó cerrar filas en torno al régimen y recordó obsesivamente la guerra civil. Para ello la actividad guerrillera fue utilizada como prueba de que la guerra civil continuaba. En un informe de octubre de 1.946, Carrero Blanco recomendaba a Franco el empleo de todos los resortes que el Gobierno y el Movimiento tienen en su mano sobre la base de que es moral y lícito imponerse por el terror cuando éste se fundamenta en la justicia y corta un mal mayor. La acción directa de palizas y escarmientos, sin llegar a graves efusiones de sangre, es recomendable contra los agitadores ingenuos que sin ser agentes del comunismo hagan el juego de éste.
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